Estados Unidos, potencia debilitada
Los conceptos que nos permiten comprender las evidencias y las dinámicas sobre cómo van diluyendo su poder las grandes potencias han sido analizadas desde hace mucho tiempo y se han actualizado de manera permanente.
Igual que otras potencias
El poder de Estados Unidos, en un devenir que también fue propio de otras potencias, parece disiparse, diluirse. Somos testigos de estos procesos, luego de la consolidación como primera potencia, surgiendo con especial ímpetu, luego de la Primera Guerra Mundial, y a continuación vigorizando su papel estelar en la escena mundial desde fines de la segunda gran conflagración; la que concluiría con el triunfo en el frente oriental, en agosto de 1945.
De los conceptos generales e históricos nos habla el trabajo clásico “Auge y Caída de las Grandes Potencias” (Plaza & Janés, 1992) de Paul Kennedy (1945 -). De manera más actualizada tenemos variadas voces. Sería largo enumerarlas y se tiene aquí, sólo con este tema, un tópico para abordar de forma exclusiva. Como parte de los autores más recientes, por ejemplo, se cuenta con Carla Norrlof cuya doble nacionalidad etíope y sueca le permite imprimir una perspectiva singular a sus trabajos sobre hegemonía mundial.
La profesora Norrlof, en una reciente nota en Foreign Affairs, subraya que en especial -aunque no de forma única- a partir de los aciagos años de Trump en Washington, “se tiene el declive mucho más evidente de Estados Unidos como potencia. Ocurre la negación del modelo multilateral que este país lideraba desde 1945. Se dejan de lado las prioridades de la convivencia y el desarrollo internacional, dando privilegio a la ficción del “American First”, de una supuesta hegemonía que no puede lograrse con medidas proteccionistas, aislacionistas de la escena internacional, con disposiciones de autismo político”.
El último “signo de los tiempos” es Afganistán, donde los talibanes aceleraron el retiro de las tropas estadounidenses al ocupar Kabul, la capital de este país de casi 655 mil kilómetros cuadrados y 38 millones de habitantes, y con ello, la nación entera.
El retorno de los talibanes
Luego de 20 años de ocupación vuelven los talibanes a imponer sus dominios. Al parecer no hay frenos que aplaquen esas voluntades. De nuevo se impone la presencia de un gobierno que tuvo el poder de 1996 a 2001. Un indicador más del declive de una potencia incluso en lo militar, sector donde los recursos son substancialmente abundantes.
En efecto, el presupuesto militar de Estados Unidos, para 2021, tal y como lo habría establecido Trump, asciende a 778,000 millones de dólares. Eso equivale a 88 millones de dólares por hora, 24 horas al día, 7 días a la semana. Impresionante. Para esto es evidente que sí hay voluntad política. Más allá de las interpretaciones, estos son los datos crudos y duros, constatables, según las cuentas del Pentágono.
De conformidad con una serie de planteamientos actualizados sobre el hegemonismo estadounidense -muchos fundamentados en apreciaciones de Mark Katz, desde Washington- serían cuatro los indicadores principales del declive de liderazgo estadounidense en el ámbito militar y de política exterior.
Primero, las erráticas y costosas compañas militares que constituyen ejemplos de transiciones sin llegar a ninguna parte. Todo lo que parece ser una lúcida muestra de “gatopardismo”: cambiar mucho en apariencia, para que todo se mantenga igual en los aspectos medulares, en el contenido de dinámicas y estructuras. Un ejemplo: Afganistán.
Respuesta tibia, retraída
Segundo, el protagonismo decisivo de otras potencias. Mucho de esto se tiene en conflictos específicos, tales como el avispero del Medio Oriente, las disputas con Irak e Irán, las controversias en Libia, para no mencionar los compliques con Corea del Norte y sus armas nucleares.
Las otras potencias emergentes son, como se reconoce, China, Rusia y hasta cierto punto Pakistán -este último con una nada despreciable capacidad bélica comparable a la de la India. No es de olvidar el diferendo de Cachemira entre estos dos países.
Tercero, se califica de esencialmente tibia y más bien retraída, la respuesta de Estados Unidos a los acontecimientos de avanzada de Rusia en Georgia en 2008 y la anexión de Crimea por parte de Putin en 2014. Es más, tropas y dominio rusos avanzan en el oriente de Ucrania, en particular en los territorios de Járkov, Lugansk y Donetsk. En lugar de encarar la situación, Trump parece haber tejido eficaces alianzas, al menos electorales, con Moscú.
Cuarto, se demuestran los fallidos intentos de Washington por lograr acuerdos que efectivamente bajen tensiones, en lugar de, casi exclusivamente, hacer ganar tiempo a los adversarios, como acontece con Corea del Norte, o bien en el caso de los posicionamientos estratégicos de China en su Mar Meridional.
Faltan planes estratégicos
No es que se carezca de medios Washington. Para nada. El ya citado presupuesto militar estadounidense equivale a la suma de los recursos bélicos de los 14 países más poderosos siguientes, en forma conjunta. Lo que faltan son los planes estratégicos, que incluyan: (i) largo alcance de disposiciones y movimientos; (ii) coherencia permanente en la implementación; (iii) soluciones perdurables, con el menor costo posible en recursos y vidas; (iv) sostenibilidad de procesos mediante resultados de mutuo beneficio con los sujetos con quienes se interactúa.
Se hace necesario formular y establecer una perspectiva integral de largo plazo. Una cosa es el pragmatismo de lo inmediato, con sus efímeros estruendos de parafernalia mediática. Otro rasgo más integral es la sostenibilidad de beneficios conjuntos. Una cosa es el rápido juego del tenis y del ping pong; otra muy diferente, las reflexivas, complejas y calculadas estrategias de ajedrez.
En relación con logros perdurables no es de olvidar nunca que, en todo caso, “siempre hace más ruido un árbol que cae, que un bosque que crece”.