Este Cuatro de Julio
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Este Cuatro de Julio, Día de la Independencia, los gobiernos recortaron presupuestos para fuegos artificiales, eventos oficiales, murgas y festines. Igual, la ciudad de Los Angeles dio circo, con un espectáculo que a un costo de 60,000 dólares a último momento aprobó el Concejo. Lo mismo en centenares de municipios a lo largo del país. Desfiles civiles y marchas militares, conciertos y especialmente, comilonas, aunque Chicago se ahorró medio millón de dólares cancelando el suyo y en Seattle, la misma suma fue donada por empresarios. En la Casa Blanca los Obama festejaron también el cumpleaños 12 de Malia con una fiestita con 1,200 «hombres y mujeres de uniforme» – frase que dicta el decoro político – y como en millones de casas, con serpentinas, guirnaldas, banderas, escarapelas y ropa del rojo, blanco y azul de la bandera estadounidense.
El aire cálido de julio llevó a todas partes los ecos del himno nacional, de «God Bless America», de «America the Beautiful» y del cristalino chocar de las copas.
¿Y nosotros, los inmigrantes?
También festejamos. Pero de manera diferente.
Reunidos con nuestros amigos no latinos, llegan los mal llamados «perros calientes»; las hamburguesas, el maíz, la ensalada de papas, el cheesecake; pero las conversaciones y risas comienzan a fluir solamente cuando hace efecto el alcohol. La gente charla con botella de cerveza en la mano. En un rato, confiarán sus intimidades para volver, una vez terminado el encuentro y disipados los vapores etílicos, al anterior hermetismo.
En cambio, entre la gente latinoamericana se baila y canta, hombres, mujeres y niños, en parejas o en familia, creando memorias que perdurarán muchos años. Aunque el exceso de bebida, en lugar de apertura, genere muchas veces agresión.
Coincide este festejo con el del Mundial de Fútbol, donde estuvimos apoyando a las selecciones del país de origen incluso después de que mordieron el polvo de la derrota y la ignominia. Pero cuando jugó Estados Unidos, relatores y comentaristas la llamaron «la selección de todos».
¿Cuántos lo sintieron así?
Respuesta: lo sintió así el que quiso. Porque aquí, no es obligación.
El patriotismo estadounidense, aquel que festeja la democracia, el crisol de razas y etnias, la prosperidad económica, la libertad de prensa y la tolerancia hacia el otro, ha estado diluyéndose. En su lugar hay dos tendencias: la que reduce la Independencia a un día de asueto comercial y fuegos artificiales y la que define el patriotismo como el rechazo a los otros, los diferentes, los inmigrantes. Hasta hace pocas décadas no consideraban «blancos» y rechazaban a italianos, polacos y judíos. Hoy, se trata igual a los latinos.
Sólo en este contexto de insensibilidad se puede concebir el rechazo al proyecto de ley DREAM, que permitiría a estudiantes indocumentados, muchos de ellos criados aquí, cursar estudios universitarios y mejorar nuestro país.
En lugar de ser a la inversa, la intolerancia, las amenazas de violencia, el militarismo y amor al fusil son la medida del amor al país. La protesta es interpretada como un acto de hostilidad hacia Estados Unidos: una conocida me preguntó recientemente que si tanto critico al gobierno, ¿por qué me quedo?
Y, nos quedamos porque, después de muchos años, de hijos nacidos aquí, a pesar de nuestro acento extranjero y apariencia distinta a la de George Washington, ésta es nuestra tierra. Esta nación, sin inmigrantes, no existiría. Y vale la pena protestar y criticar para mejorarla.