Jirones
Si no salimos temprano, el sol nos va a hervir sin cacerola ni agua… si no salimos temprano. Anoche hemos vivido una de las peores travesías bañándonos unas 12 veces en medio de los 40 y pico de grados del verano europeo.
Pero desayunamos y salimos temprano.
Sé que vine a Milán para esto y poco más. Si no puedo ver «La última cena» de Leonardo, vaya y pase. Si no puedo visitar el Museo Della Scala o el Duomo, otra vez será. Pero si no voy donde voy ahora, en el tren urbano 14 hasta la Fermata de Viale Certosa, no sería quien soy, no me lo perdonaría nunca y mi corazón podría reclamármelo el resto de mi vida con razón porque entonces para qué vinimos.
Vine a encontrarme cara a cara con los ecos de un hecho histórico pasado y presente; tan presente que los rastros de la ignominia pueden encontrarse aún hoy en la página 7 del Diario La Nación, en la boca repugnante de Elisa Carrió, o la verborrea de Jorge Lanata. Cuanto se puede odiar y temer -porque el odio es a veces hijo del miedo- está contenido en ese cuerpo símbolo que fue sustento de un alma, en su destino errante, en las horribles mutilaciones éticas y físicas a las que fue sometido.
Mientras viajo, memoro indignado al Coronel Carlos Eduardo de Moori Koenig y al Mayor Eduardo Arandía que, por la noches, la manoseaban y se acostaban sobre su cera muerta y su esencia viva; a Doña María Luisa Bemberg, que conoció horrorizada aquel hecho y lo denunció al Dictador Pedro Eugenio Aramburu, pero lo ocultó a la prensa y a la justicia argentina, porque la oligarquía esconde siempre sus crímenes.
Recuerdo su misión, su sacrificio, su entrega amorosa y grande, su memoria incorruptible.
Entro al Cimitero Maggiore con el corazón en bandolera. Camino los mil metros que me separan de ella como un poseído, hasta el Campo 86, Tumba 41. No me importa que desde hace medio siglo el cuerpo ya no esté allí.
Deseo, porque necesito como al agua, sentir los sonidos y aromas que la guardaron, los minúsculos ruidos cotidianos, el gorjeo de los pájaros, la brisa entre las hojas que por 14 años fueron su custodia en este lugar sagrado, cuando el régimen militar-radical maquinó su ocultamiento.
Y al llegar al rincón de todos los misterios, al lugar del secreto mejor guardado bajo el nombre falso de María Maggi De Magistris, me derramo en llanto sobre su imagen, la abrazo en el frío del mármol que la recuerda y le pido perdón por la bajeza argentina.
Y le cuento que hoy, en su país, esa bajeza se renueva saludable, y a la vez añeja, sobre otra mujer de similares tareas atareada, de parecidos partos encinta, de iguales amores enamorada.
Y ella me responde, voz queda y compás de brisa silvestre, con una frase que nunca le había escuchado y que leo escrita en su lápida:
«… Ya se acabó la noche y está cerca la aurora. El día de los pueblos está por nacer entre nosotros. Llegará tal vez envuelto en sangre y dolor, pero llegará…»
Le traje flores y una oración, para que su alma cruzada de jirones pero que nunca descansa, se difumine por toda la Patria para iluminarla con su fuerza revolucionaria, amorosa y humanista.
Hasta siempre, compañera Evita.
Gracias, David, por compartir esa experiencia que de la imaginaria personal nos lleva al centro de uno de los episodios más infames de la historia argentina. El ultraje al cadáver de Eva Perón es algo imperdonable que no tiene justificativo político ni ético. Las ratas que la humillaron, hace mucho que fueron olvidados; ella, por el contrario, vive en el corazón de millones. Como dice Adriana, hasta siempre, compañera Evita.
Es curioso, aunque no tan extraño, que el derrotero infame de ese cadáver durante 14 años fuera por décadas desconocido por la opinión pública argentina. Aún hoy pocas personas lo conocen. Impresionado por tan cruel hecho, escribí hace 2 años una obra de teatro que se estrenará en octubre aquí en Córdoba. Ya tendremos oportunidad de comentarlo, entrevistando al elenco que la prepara. Gracias Néstor por tus palabras.
Hermoso y sentido escrito. Hasta siempre, compañera Evita. Seamos dignos de su ejemplo, siempre, donde estemos.
Gracias Adriana Briff