Perú: El ‘no querido’ Pedro Castillo
Los ciudadanos vieron en el profesor Pedro Castillo, en su figura de maestro rural, de hijo del pueblo de a pie, de luchador social, a un peruano como ellos que ama a la patria y que busca construir un país distinto
Acaba de ocurrir en el Perú un desborde popular, una revolución popular no violenta en democracia, la irrupción de los ninguneados de siempre venciendo al miedo y a la presión inmisericorde de los medios de comunicación asentados en la capital del país (Lima), ha generado una transformación inesperada en el mapa político del país.
Abrió la posibilidad de comenzar a construir una república de ciudadanos, una patria de todos y para todos, una nación de iguales.
Ad portas (Muy cerca) del Bicentenario de la independencia política de España (pero no de otros poderes), quizá sea el momento de ser libres de esos otros poderes que se apropiaron del país y condenaron a los pobres y a los marginados al ostracismo social, político, económico y cultural.
Ha llegado el momento, eso creo, que, desde abajo, desde los ninguneados y negados desde siempre, tenemos que reescribir nuestra historia colectiva. Una historia en la que los pobres, maginados y excluidos sean más que datos históricos, mera estadística o personajes de relleno y descartables en la historia oficial. Una historia en la que sean reconocidos, tratados y valorados como ciudadanos plenos, dignos y libres.
Un profesor rural de Chota-Cajamarca, cuna de las Rondas Campesinas, sindicalista y luchador social, se convirtió por un “accidente de la historia” o por azar dirían algunos, aunque por mi parte prefiero afirmar que se trata de una acción soberana del Dios de la historia que siempre nos sorprende con su respuesta inesperada, en la persona que encarnó la expectativas de los millones de peruanos que quieren un país distinto y un cambio del modelo económico que solo favorece a los grupos de poder que siempre invisibilizaron a los serranos, los cholos y los afroperuanos.
Sin embargo, se tiene que precisar que este importante y trascendental avance democrático no le pertenece al señor Vladimir Cerrón y al partido político Patria Libre, como tampoco al profesor Pedro Castillo en sí mismo. La inmensa mayoría de los casi nueve millones de ciudadanos que le dieron su voto (8´818,075) no militan en los partidos de izquierda, no son comunistas, y no forman parte de una ultraizquierda que quiere convertir al Perú en una subsidiaria o la sucursal de un “eje castro-chavista”.
La mayor parte de los ciudadanos que votaron por el profesor Castillo vieron en su figura de maestro rural, de hijo del pueblo de a pie, de luchador social, a un peruano como ellos que ama a la patria y que busca construir un país distinto en el que todos sean acogidos como iguales y tengan las mismas oportunidades. El profesor Castillo visibilizaba sus expectativas sociales y políticas injustamente postergadas y traicionadas. Apostaron por él porque anhelaban que un hijo del pueblo, uno de los abajo, uno de los “no queridos”, gobierne nuestra tierra sedienta de paz y de justicia.
El profesor Pedro Castillo que una semana antes de la primera vuelta electoral estaba entre los que tenían menos preferencia en intención de voto, durante la última semana avanzó tan raudamente que terminó ocupando el primer lugar. Es el “no querido” que irrumpió en un proceso electoral que la derecha política manejaba a su antojo en complicidad con los medios de comunicación, cambiando inesperadamente la dinámica política y que, a pesar de la apocalíptica campaña de demolición en su contra, si no ocurre nada extraño que emporque el proceso electoral, será el presidente del Perú para los próximos cinco años.
Un asunto más que para muchos puede ser discutible. Dios en su soberanía y providencia, como ocurrió en otros momentos de la historia de los pueblos, actúa en ocasiones desde el reverso de la historia, desde la periferia del mundo, desde esa otredad que nos cuesta aceptar y reconocer.
En la acción soberana y providencial de Dios, instrumentos de su gracia y su justicia, no siempre fueron personas creyentes, como tampoco los acostumbrados a ejercer el poder, sino los “no queridos” o los postergados. ¿Será así en esta ocasión?
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