Un argentino en Cuba (Parte 1)
Pisar la tierra que por medio siglo ha funcionado como el compendio de mitos, prejuicios y fantasías políticas más grande de América moderna no es poco decir, más si se trata de nuestra primera vez.
Parte 1: Un largo lagarto verde
Las leyendas tejidas a partir del desarrollo de un sistema político de sustanciales diferencias con el demoliberalismo occidental han sido y son tan abundantes como conocidas. Nuestra preocupación pasa por lo tanto, desde que llegamos, en tratar de reflejar la realidad lo más despojados de preconceptos que sea posible como lo haría cualquier testigo de buena fe. Sin renunciar por ello a considerar la importancia de ese corpus de ideas que a las apuradas puede sintetizarse en la afirmación de que Cuba constituye, en el famoso patio trasero latinoamericano, la parcela que por más tiempo ha logrado resistir con dosis de dignidad e independencia, la asfixiante sombra del imperio.
Qué ha sido de la revolución de los barbudos de 1959 en este mundo complejo, en cuáles andenes de calidad de vida, libertades civiles y políticas podemos situar al cubano corriente de hoy, qué sucederá en el futuro ante el desafío de vivir en la ausencia definitiva de sus líderes históricos; preguntas sencillas de un argentino de a pie, de respuesta dificultosa y atrapante.
El tiempo cubano
Lo primero que nos ha saltado a la vista como occidentales que consideran oro al tiempo -que eso somos- es la pulsión del ritmo cubano: aquí no va el apuro en ninguna circunstancia de lugar, hora u oficio. Para casi todo, desde atender una oficina, un restaurante, una tienda o manejar un taxi, los isleños son propietarios de una parsimonia que pondría nervioso al más paciente. Se nos ocurre esta ironía provisoria: «más raro que cubano apurado». En la casa de familia donde nos hospedamos, un pasajero ha pedido un taxi; cuando el coche llega, el huésped está desayunando, la dueña de la pensión pide entonces al taxista que espere 20 minutos, lo que es aceptado de buen talante por el chofer. Una actitud impensada para ningún país que no sea Cuba, un país donde hay largas «colas» para todo. La percepción básica de un turista podría definirlos como indolentes, aunque la clave de sus actitudes en términos de perjuicio-beneficio deberá medirse como siempre por los resultados.
La nueva economía
Armando conduce un taxi último modelo asiático, alquilado al estado. Enjuto, de unos 50 años, locuaz y abierto a satisfacer nuestra curiosidad mientras nos acerca del aeropuerto José Martí a La Habana. «Mientras haya trabajo estamos bien» dice con tranquilo convencimiento al comentarnos que por 2005 comenzó en la isla un lento y progresivo -pero acotado- proceso de apertura, controlado como todo aquí por el omnipresente estado.
Por esa época Cuba sufría un nivel de desocupación incompatible con los principios del socialismo que considera al trabajo como derecho inalienable. Fue entonces que comenzó a autorizarse la ampliación de negocios privados en pequeña escala. Un ejemplo son los «Paladares» comedores familiares habilitados con hasta 7 mesas, que en la actualidad han podido ampliar su oferta. La actividad económica particular puede desarrollarse asimismo en pequeñas tiendas de ropa, artesanías y souvenirs para turistas, taxistas y bicitaxistas, oficios como plomeros o albañiles. «Eso sí», determina Armando, «con un sueldo o jubilación básicos puedes comer y algunita cosa más».
Subsidios
Estamos en Cuba, donde un haber mensual puede parecer bajísimo a los ojos de un extranjero, pero es que el estado cubre muchos servicios públicos que en cualquier otro país son de pago. El transporte urbano es muy barato y tan malo como el carísimo de nuestra Córdoba de Argentina. El agua cuesta 2 o 3 pesos cubanos mensuales, la electricidad unos 10 pesos, que constituyen un porcentual mínimo de un haber básico.
Armando nos describe con orgullo las bondades de los sistemas de salud y educación, ejemplos en el mundo por su universalidad, prestigio y gratuidad. Y como muestra de libertades antes prohibidas, hace 5 años se autorizó la venta de casas particulares y automóviles.
Aquí no existe el impuesto a la propiedad inmueble, ni el de alumbrado, barrido y limpieza. La TV es gratuita y controlada por el estado. Solo se ven noticieros de Cuba y Telesur Venezolana. De Europa y EEUU llegan exclusivamente torneos deportivos y películas.
Estas libertades parciales, más el auge del turismo internacional cada día más intenso, han derivado en la aparición visible de un sector medio al que puede verse consumiendo en los mercados o centros de consumo que semejarían en pequeña escala un shopping que, para no variar, es estatal.
A pesar de la condición social -que en nuestros parámetros calificaríamos de humilde- de amplias zonas de la sociedad isleña, podríamos arriesgarnos a afirmar que no existen en Cuba ni la pobreza ni la indigencia extendidas que abundan en el resto de Latinoamérica. Si bien los sueldos comunes pueden calificarse como bajísimos, la diferencia la establece el papel activo del Estado, como se ha señalado.
Escasez
Si tuviéramos que definir técnicamente este aspecto de la vida social diríamos que se trata más bien de una economía escasa en recursos, que el estado trata de distribuir lo más igualitariamente que puede, y los cubanos de mejorar con ingenio, voluntad y trabajo. Las escaseces observadas ( muy poca variedad de alimentos, dos marcas de champú, de jabón, dos de harina, dos de leche, para empezar) son producto del bloqueo que EEUU impone a la isla, situación que solo pudo superarse con comodidad mientras duró la alianza estratégica con el comunismo soviético, hasta l990, momento en que la situación social y alimentaria empeoró brutalmente y por 10 o 12 años Cuba vivió momentos tan tristes como indicativos del temple y la convicción de su población.
La diferencia con los países ´libres´
Pero el trágico espectáculo de seres humanos durmiendo a la intemperie, o que son echadas del lugar que habitan y terminan con sus muebles y enseres en la calle, o multitud de mendigos, o vendedores ambulantes que malviven ofreciendo cualquier chafalonía, o niños desastrados que por la noche desandan mesas de restaurantes por una moneda, ese drama aquí no se vive. Tampoco la gran cantidad de villas miseria de lata y cartón donde miles de marginales pugnan por conservar la vida entre el hacinamiento, la delincuencia, la droga y la trata. Ese desastre social es patrimonio de los países llamados «libres»
Finalmente, no encontrarán aquí la tragedia de un cierre de empresa -fábrica o comercio- que echa fuera a cientos de obreros o empleados, sin red de contención alguna.
Esta sociedad, el desarrollo de su economía, la convivencia que se observa, el nivel educativo y cultural, su sistema de salud, su socialismo sui géneris, tanto como los sistemas de cada país en su circunstancia única, son propiedad de los cubanos, fruto de lo que pudieron construir sin tutela externa alguna, por lo menos en los últimos 30 años.
Ellos son, como nosotros, lo que han sido capaces de aprender y de hacer, con lo que natura y su esfuerzo les dio.