Artes

Malapata Malata 2, un cuento de Liza Rosas Bustos

Malapata Malata 2, un cuento de Liza Rosas Bustos

El sargento Serggio Malapata Malata, mitad italiano y mitad argentino, recibe órdenes en el cuartel de policía para que vaya a salvar a un suicida hispano que está por lanzarse desde el Puente Queensboro.
Malapatta Malata 1

Malapatta Malata 1

El sargento Serggio Malapatta Malata, mitad italiano y mitad argentino, recibe órdenes en el cuartel de policía para que arreste a un hombre que acaba de robar a punta de pistola rifle, un Chase en 86th Street y Lexington, justo al lado de Barnes and Noble.
Ely Guerra llega de gira

Ely Guerra llega de gira

La cantante de rock mexicana Ely Guerra inicia a fines de este mes una gira por varias ciudades de Estados Unidos. La entrevistamos.
Urbe, un poema de Liza Rosas Bustos

Urbe, un poema de Liza Rosas Bustos

Me toca destriparte / humedecida, corrupta / incompleta / abyecta / escupo hacia el cielo
Carlos Ruvalcaba: Los novenarios y el círculo de la memoria

Carlos Ruvalcaba: Los novenarios y el círculo de la memoria

Esta novela breve, pero de largo y hermoso alcance, presenta así sus recursos a la manera de un todo circular, en el que la memoria deviene una mezcla de imaginación reposada con un estilo sencillo y coherente
La causa, un cuento de Liza Rosas Bustos

La causa, un cuento de Liza Rosas Bustos

Cansado de los trancazos de su esposa, Mario se dedica enteramente a defender los derechos de los trabajadores y a reclamar las horas impagas a través del periódico comunista "RED" que aparece cada mes por una módica suma de 1 dólar
Autoritarismo callejero: la hamaca también tiene sus aristócratas

Autoritarismo callejero: la hamaca también tiene sus aristócratas

Se trata de utilizar la ley, de enfrentar los contrapoderes, si estos existen, para hacer que los poderosos tengan que dar explicaciones, o queden como el Rey de la fábula: al desnudo.
10 maneras de sufrir sin querer en NYC

10 maneras de sufrir sin querer en NYC

5. Un carroñero vagabundo que te mira con cara de odio cuando te pide limosna y no hay ni pa ti. 6. Una rata gorda arrastrándose por los rieles mientras almorzamos esperando el tren. 7. Equivocarse de tren cuando uno sale del trabajo a la 1:00 de la mañana.
La periodista exotista y el otávalo man

La periodista exotista y el otávalo man

La periodista exotista Emma Noonan anda buscando causas...y las encuentra. Es alto, narigón, guapifeo, nada comparado con los deslavados especímenes que ha encontrado hasta este entonces, a la mano.
TIJUANA BLUES: El Camellón de Violeta

TIJUANA BLUES: El Camellón de Violeta

Lo primero que captaba la atención era un par de ojazos negros de un bebé cachetón. Lo segundo: la sonrisa franca de su madre ofreciendo una revista, goma de mascar, el periódico del día o unas paletas de caramelo.
Por qué no estuve en el final de la función

Por qué no estuve en el final de la función

Me hubiera gustado estar hasta el fin, pero hubo quienes ya olían la muerte y como dicen por ahí el león y el  ladrón creen que todos son de su condición, se me restringió todo contacto con él.
Deudas equivalentes, un cuento de Liza Rosas Bustos

Deudas equivalentes, un cuento de Liza Rosas Bustos

La princesa Asisa Molahuddin, casada a los 16 con un Sheik de la dinastía suni visita a su hermano en Nueva York. La turista se baja de la limo en Lexington, cubierta la cabeza con un ajab que le deja sólo los ojos
La pitonisa distraída

La pitonisa distraída

Es una vidente verdadera. Cara, como las verdaderas, localizada en un lugar de lujo (86th Street) como las verdaderas. Sabe quien es ella, como las verdaderas. No es una pitonisa de cuarta. O sino no sabría tanto que sabe de ella.
El Juan no Juan de 34th Street

El Juan no Juan de 34th Street

Había comprado cigarrillos anteriormente en aquel lugar, ignorando el espectáculo de sus manos que aquella noche me parecieron las más grandes del mundo. Fue imposible no imaginarme, sus manos grandes como abanicos, perdiéndose entre mis muslos y fue así como todo comenzó.
Vigílenme vigilantes, un cuento de Liza Rosas Bustos

Vigílenme vigilantes, un cuento de Liza Rosas Bustos

Lo vi caminando compulsivo por la Quinta avenida mientras pedía un café en uno de los carritos que venden pasteles y cafés de segunda. Mejor dicho, vi lo que no veía. No vi sus ojos lánguidos no mirarme ni su caminar a no menos de 100 metros de distancia, manía…
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