Desde El Salvador: Sueños ancestrales
La pasada semana me di la oportunidad de reencontrarme con muchos compañeros de lucha. Mi tarea consistía en buscar fotografías para la publicación de mi próximo libro que recoge las hazañas de los momentos álgidos de la guerra, pero también me dio un respiro para recrear nuestra cultura ancestral, los gustos, sabores y el pensamiento de las comunidades sobre las cuales recayó la rudeza de la guerra.
En Morazán me mantuve a lo largo de dos años en los campamentos guerrilleros acantonados en los municipios de Cacaopera y Corinto. El compañero Victorino Sánchez, ya desde varios días atrás, nos había invitado a acompañarlos a su casa ubicado en el Cantón la Estancia de Cacaopera, donde precisamente nuestras fuerzas se movilizaban por razones de sobrevivencia entre ese cantón y Varilla Negra. Nos contaba Victorino que los lazos de unión entre ambos cantones datan de mucho tiempo atrás, existiendo buenas relaciones de hermandad entre los pobladores. Los habitantes de Cacaopera definen su procedencia de la etnia Lenca Cacahuira, sus danzas y su cultura son un orgullo nacional.
A nuestro arribo todo era fiesta, pues se trataba de celebrar la graduación de Sonia, nieta de Victorino. Se había convocado a la comunidad a trabajar en la celebración de tan magno evento, a sacrificar más de una docena de gallinas, pelarlas, desmembrarlas para luego freírlas, arroz, frijol nuevo, cuajada, tortillas molidas en piedra. Los muchachos, hijos y nietos de Victorino rajaron leña para atizar varios fogones. Todo era algarabía y entusiasmo.
Al día siguiente, ya en el evento de graduación, los niños escucharon el discurso de sus profesores, para después deleitarnos con los manjares preparados para la ocasión. Aquellas comidas ancestrales sólo se consumen en esos lugares, en donde las delicias se saborean con aroma de campo, sin ser cliché publicitario, la comida sabe a tradición e historia.
Pero Victorino me dio el dato preocupante de que en todo el cantón no existía un solo profesor, mucho menos otros profesionales. Cuando conocí esos cantones hace cuatro décadas atrás, no existía ni siguiera tan sola una escuela que atendiera niños Y estos debían de pasar el río Torola para ir a estudiar. Me cuenta la esposa de Victorino, María Margarita Martínez, que ellos eran tan pobres que para poder enviarlos a estudiar, su papá dividía en dos la única libreta que les podía comprar a sus dos hijos.
Al finalizar la guerra llegaron a trabajar en las comunidades, las ONG. A Victorino ya con su noveno grado, los contrató La Asociación de Educación Popular (CIAZO). Le dieron un puesto de profesor para que le enseñara a leer a los pobladores. A la otra hija, Ana María Sánchez, otra ONG, le construyó una casita muy bonita. También el cantón fue dotado de canchas de fútbol, mejoraron la calle de acceso, ya se puede cursar el bachillero en el cantón, una casa comunal grande y elegante. La hija de Victorino, Vanessa Sánchez Martínez, estudia en la Universidad de El Salvador con una beca otorgada por otra ONG.
Ya haciendo una evaluación de mi visita, y comparando las condiciones en las que me movía por esos cantones en la guerra en donde no existía intervención del estado, las condiciones cuando visité el cantón inmediatamente después de la guerra, con unos pocos pobladores, con personas sumidas en la más dura pobreza, con vías de acceso casi intransitables, encontramos grandes diferencias. Ha sido la intervención del estado pero también el aporte significativo de las ONG, donde el propio Victorino trabaja.
Pero con esta nueva ley impulsada por el presidente, las comunidades se encuentran en gran incertidumbre, debido a que la comunidad internacional ha anunciado el retiro de toda ayuda si la ley entra en vigor. Ya Alemania lo hizo. La mayor ayuda de ese país amigo es en el terreno de seguridad alimentaria. Tras de ellos, van otros países de la Unión Europea. ¿Cuál será el futuro de los pobladores de esta y otras comunidades que son beneficiadas por la ayuda de otros países?.
También compartimos con Marta y Sonia, dos lindas niñas que disfrutaban cuando mi hijo y yo les leímos los cuentos de un libro. Sus ojos encendidos y chispeantes imaginaban al conejo conversando en el cuento, al pato exponiendo un gran discurso y ellas se imaginaban un futuro profesional. Marta quiere ser veterinaria, debido a que según ella curó a un chucho enfermo y Sonia militar y profesora.
Ante estas aspiraciones, uno no puede más que preguntarse: ¿Cuál será el futuro de estas niñas? ¿Lograrán cumplir sus sueños y anhelos? En este momento nos enfrentamos a la necesidad imperante de acercar a la universidad a las poblaciones para que estas no se vean marginadas en sus aspiraciones.
De este viaje y de lo único que puedo resentir es el terrible olvido de la bolsa de chocolate que desde tiempo atrás había encargado para compartirlo con todos ellos. Quizás no sea una coincidencia que el nombre técnico del cacao sea teobroma cacao, que significa alimento de los dioses, esta bebida ancestral de gran valor político y de intercambio comercial, que los antiguos pobladores apreciaban en sus ceremonias ritualistas. Espero que nuestros dioses ancestrales escuchen el clamor de un pueblo que pide y merece un futuro mejor.