La misma moona, un cuento de Miguel Olmedo Valle

El silencio era la mejor forma de hablar. Ella entró a mi cuarto y yo cerré la puerta. Nos sentamos en el suelo, sacamos los libros de las mochilas y nos miramos sonrientes. Ambos entendimos que estudiar era la mejor excusa para encerrarnos juntos en aquella habitación. Nos volvimos a mirar a los ojos para entendernos mejor, sin palabras.

-¿Para qué clase tienes que estudiar? -me preguntó.

-Astronomía.

Que bárbaro, pensé, ni siquiera sabemos de manera específica los pretextos que nos han traído a este lugar.

-Ah, órale que chido.

-¿Y tú?

-… (Respuesta ininteligible)

No entendí lo que dijo pues mi imaginación precoz ya se había ido hacia donde, con mucha suerte, nos podrían llevar, después, las hormonas.

-Interesante -le dije al volver a mí.

-Que malo, no me prestas atención.

-Claro que sí, lo que pasa es que a veces no escucho bien con este oído.

Me quitó los apuntes de la mano y los hojeó con una sonrisa indagatoria.

-A ver, vamos a ver si escuchas…How many moons does Jupiter have?

Yo sabía la respuesta, de eso estaba de alguna forma seguro, pero mi mente tenía que cambiar los códigos para entender la pregunta.

-63.

Correcto o no, sentí que mis labios ya se apuntaban aquella pequeña victoria. Las sonrisas eran la mejor forma de hablar. Le arrebaté el libro de biología para cortejarla de la misma manera… hojeé las páginas y antes de preguntar me di cuenta que los nombres científicos eran difíciles de pronunciar. No le pregunté nada, pero sonreí para reírme de mí.

-A ver pregúntame algo -me retó sin saber que el uso del idioma inglés me era en ocasiones limitado.

-¿Si vivieras en Júpiter, en cual moona te gustaría vivir? -le pregunté sorprendido al escuchar las dos sílabas de lo que sería mi primer híbrido lingüístico.

-¿Cuál moona? ya estás juntando palabras y mezclando idiomas.

-¿Qué quieres que pase si estamos estudiando en español para un examen en inglés? es natural que las cosas se confundan si las juntas ¿no?

-A veces es… -me contestó con énfasis en los puntos suspensivos.

Y de manera suspensiva me incliné, suavemente, a mojar sus labios con los míos.

Nos comunicamos por un instante con aquel primer beso.

Y en él guardamos los libros, los apuntes, el castellano, el inglés, las estructuras sociales que hacen que las gentes y sus idiomas se junten de maneras irregulares y desequilibradas, la pureza, la necesidad de salir bien en la escuela, guardamos las laceraciones, los cállate-ya, los english-only, las divisiones, todos los go-back-to-your-country, las correcciones, los no-se-dice-así, las reglas de lo apropiado, las trampas de lo correcto, todo lo guardamos, ahí, en aquel beso, dejamos todo en aquel instante para dejar que nuestra biología emprendiera un viaje cósmico hacia un segundo beso y de ahí a otros.

Dejamos todo en el silencio para callar las voces que nos acechan y miden con reglas invisibles y mandatos, callamos a ese tercer interlocutor que limita nuestra imaginación con estructuras sociales y que se presenta como una realidad única e inevitable, como una conciencia de lo que debe ser.

Dejamos todo para encontrarnos y después, nos asomamos, lentos, por la ventana para ver cómo había caído la noche. Miramos alrededor y arriba en el silencio sideral sentimos que nuestros corazones solo querían vivir en la misma y primer moona.

Perfil del autor

Miguel Olmedo Valle (La Huerta, Jalisco; 1982) escritor nocturno mexicano. Trabaja de día, escribe de noche y los fines de semana se entretiene quemando sus propias palabras. Ha visto lo visible y ha soñado lo invisible. Y sin embargo, todavía cree en la verdad. Le molesta la condición humana y la inhumana. Ojalá que al empezar la noche se convierta en un buen fantasma.

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