Los que no votan pierden
Después de cada día de elecciones en Estados Unidos me pregunto cómo es posible que no hemos podido encontrar la manera de hacer un conteo más rápido de los votos. Cuando el futuro pende de un hilo, los minutos prolongan agonías. Sí, es cierto, el factor humano, la tendencia de hacerlo todo al último minuto, los contratiempos, todo lo que puede salir mal y tantas otras complicaciones, retrasan los resultados y nos mantienen en una zozobra que nos hace cuestionar todo el sistema electoral. Nos gana el ansia.
No todos vivimos las elecciones igual
El martes 8 de noviembre fue un día tranquilo. Algunos centros de votación en Arizona estuvieron casi vacíos y otros con líneas de más de 100 personas. Hubo problemas con 60 máquinas de tabulación en Arizona, se encendieron las teorías de conspiración y las demandas, pero al final del día, los que quisieron y pudieron votaron, incluso con la sombra de ese fantasma de fraude electoral que venimos cargando desde 2020, a pesar de que sabemos que nunca existió. No todos votamos.
Cuando cerraron las casillas, había un grupo de estudiantes que no paraban de refrescar la página de los resultados electorales. Querían saber qué pasaría con ellos y con sus sueños sí, sueños, qué palabra; todos les dicen soñadores y nadie les pregunta con qué sueñan.
El sueño de los que no pueden soñar
Pocas veces se ha visto a un grupo tan involucrado en la política; jóvenes que, a pesar de no tener los documentos para estar en este país, tienen las raíces más profundas en esta tierra, incluso más que aquellos a los que parieron dentro. Son indocumentados; no votan. No lo hacen porque no pueden, aunque lo darían todo por algún día tener el derecho.
Para esos dreamers, la lucha no termina con el conteo de votos. Si les aprueban el pago de colegiatura como residentes del estado será un tiempo, pero no el fin de la guerra. Ellos tienen muchas otras batallas por librar; nunca paran, no pueden soltar el cuerpo, nunca pueden aflojar el paso… porque no importa lo que pase siempre tienen que demostrar que merecen estar aquí y pelear para tener la oportunidad de competir y, si tienen suerte, ganar.
Esos soñadores son tan americanos como los otros, en casi todo menos en el acta de nacimiento. Para ellos, la colegiatura como residentes del estado o un permiso provisional del trabajo con DACA, no significa un camino a la legalización. Todo se les da, si acaso, de a poquito y a destiempo.
Esos jóvenes que son el motor electoral de las minorías en Arizona no saben lo que es la tranquilidad de la permanencia o paz de saberse acogidos con ese sentido real de pertenencia.
Fue una noche emocional. Su propuesta, la 308, lideraba los resultados preliminares. Hubo muchos aplausos y llanto. No eran lágrimas escandalosas, sino esas que ruedan por la emoción y la esperanza.
Estas elecciones de medio término quizá no representen mucho para electorado general, pero lo son todo para aquellos que no pueden votar. En Arizona hay más de cuatro millones de votantes registrados y menos de la mitad participó en estos comicios. La indiferencia está arraigada en su consciente. Si ellos pudieran votar, no dejarían pasar un minuto; si ellos pudieran votar, lo hubieran hecho desde temprano por correo; si ellos pudieran votar, serían las historias de los números; si ellos pudieran votar, harían que otros los hicieran; si ellos pudieran votar… pero no pueden. Los hubiera no existe en la política, y en la vida solo sirven como lamentos. Votemos por ellos.