Cuadernos de la Pandemia / ¿Parque de la Amistad o de la Infamia?

“Los atravesados viven aquí.”

—Gloria Anzaldúa, en Bordelands/La Frontera

El año 2023 no empezó con buenas noticias ni para el presente ni el futuro del llamado Parque de la Amistad. Este parque es un espacio fronterizo de dos mil metros cuadrados entre las Playas de Tijuana, México y los Estados Unidos, y ha sido por décadas el único punto de encuentro físico entre miembros de familias mexicanas que no tienen visa para entrar a EE UU, y familiares que viven en EE UU con status legal pero con restricciones para salir del país. Los visitantes a ambos lados de la frontera podían verse y hablar a través de una estrecha hilera de postes de cemento de cinco metros de alto y una tupida malla de acero. Entonces vino el Covid-19 y, con el pretexto de evitar contagios, el entonces presidente Trump ordenó cerrar el parque a principios de 2020 y se empezó a hacer un doble muro de metal de más de nueve metros de alto como parte de su plan de construir un muro a lo largo de toda la frontera sur. Con la llegada de Biden a la presidencia hubo un momento de alivio en agosto del año pasado cuando el nuevo presidente suspendió la construcción del muro. Sin embargo, apenas empezando el nuevo año, Biden dio marcha atrás y ha autorizado continuar su construcción, de acuerdo al plan de Trump. La única diferencia propuesta es que se dejará un pequeño espacio del actual muro de cinco y medio metros de alto y la malla de acero donde las personas todavía podrán verse por un corto tiempo y bajo la estricta vigilancia de los guardias fronterizos.

La noticia es devastadora para las miles de personas que creían que bajo el gobierno de Biden las políticas migratorias y fronterizas con México serían más favorables. Las familias y amigos a ambos lados de la frontera han dependido de los diminutos agujeros de la malla metálica, para poder verse, conversar y tocarse al menos los dedos de la mano por unos instantes, como reos de una cárcel que se extiende a los dos lados de la frontera. Ahora, hasta ese pequeño consuelo está en peligro de acabarse.

El Parque de la Amistad no es en realidad un parque y mucho menos de amistad. Lo que sí ha sido es una muestra tangible de las relaciones de desigualdad y dominio que siempre han existido desde que los Estados Unidos se apoderó, a través de la guerra, la invasión y el Tratado de Guadalupe Hidalgo, de más de la mitad del territorio mexicano en 1848, incluyendo los terrenos donde hoy día se ubica el parque. Fue allí donde el gobierno de los Estados Unidos construyó en 1851 el Monumento Mesa, un hito piramidal de mármol italiano para demarcar los límites de la recién estrenada frontera entre los dos países. En los años siguientes, los Estados Unidos construyó hitos parecidos a lo largo de los más de tres mil kilómetros de frontera de este a oeste. El Monumento Mesa fue vuelto a hacer con muy pocos cambios al diseño original y se le renombró Monumento 258 para indicar el número total de estos demarcadores fronterizos. La mitad de su estructura está en territorio de EE UU y la otra parte en territorio mexicano. Cuando le mostré a una persona una imagen del monumento, me dijo casi sin pensarlo, “parece una capucha del KKK”. La observación no estaba lejos de ser visual e históricamente cierta.

El parque tiene ya una historia de más de 50 años. En 1971, durante su mensaje al Congreso, el presidente Richard Nixon informó sobre la donación de más de 150 mil hectáreas de terrenos colindantes con la frontera del sur de California, frente a un estuario del Océano Pacífico, para el desarrollo del nuevo Parque Estatal Fronterizo de California (California’s Border Field State Park), que era hasta la fecha propiedad de la Fuerza Naval estadounidense. Dentro de los terrenos de dicho Parque Estatal, justo en el área del Monumento 258, se creó el Friendship Circle (Círculo de la Amistad), conocido también como Friendship Park (Parque de la Amistad), un proyecto binacional que pretende ser una expresión de amistad entre los Estados Unidos y México.

La Primera Dama de los EE UU, Pat Nixon, fue comisionada en agosto de 1971 para hacer la inauguración del Parque Estatal Fronterizo y del Parque de la Amistad. Al final de una ceremonia condescendiente y paternalista pidió a su guardia personal que retiraran por un momento la cerca de alambre de púas que separaba las dos fronteras y entró a territorio mexicano donde la multitud de espectadores la saludó fervorosamente, según reseñaron los diarios.  La señora Nixon deseó que a “nuestros amigos del sur” les fuera bien como “a nosotros en nuestra playa”, e invitó a plantar árboles y flores “para convertirlo en una tierra de playa atractiva para todos”. Luego remató, “Espero que no haya una valla aquí por demasiado tiempo” (1). En las dos décadas siguientes, en efecto, las familias mexicanas a cada lado podían encontrarse en el Parque de la Amistad, separados solo por una cerca de alambre de púas que impedía el paso y con la vigilancia de la guardia fronteriza.

En 1994, bajo el presidente Clinton, las cosas cambiaron por el incremento de migrantes indocumentados en busca de asilo y la continuación de la guerra contra las drogas iniciada por Nixon en 1971. El gobierno federal lanzó la Operation Gatekeeper (Operación Guardián) y los controles de aduana e inmigración se hicieron más estrictos. Uno de los efectos inmediatos fue la construcción de un muro de metal a lo largo del Parque de la Amistad que reemplazó la antigua cerca de alambre. El atentado a las torres gemelas en Nueva York en 2001, cambió las cosas aún más dramáticamente, afectando, como de costumbre, sobre todo a los mexicanos y a los migrantes de América Latina. Estados Unidos creó el Departamento de Seguridad Nacional (DSN), una de cuyas prioridades fue fortalecer los controles en la frontera sur, con la premisa de impedir el acceso a posibles terroristas. (Hay que anotar que a la frontera con Canadá no se le dio la misma atención de vigilancia, como prácticamente nunca se le ha dado).

Aún en medio de estos severos controles, grupos comunitarios de base de ambos lados de la frontera, con apoyo de arquitectos paisajistas, jardineros y voluntarios comenzaron en 2007 el Jardín Binacional de Plantas Nativas que buscaba ayudar en el mantenimiento del equilibrio ecológico natural a través del muro, y a la vez servir como un testimonio de la esperanza de mejores y cordiales relaciones entre los Estados Unidos y México. El proyecto de plantación y cuidado del Jardín quedó en manos de estudiantes de secundaria tanto de Tijuana como de la ciudad fronteriza estadounidense de San Diego.

Sin respeto a estos gestos de solidaridad entre la población civil, el Departamento de Seguridad tomó control del Parque Estatal Fronterizo de California y en 2008 a través de la Guardia Fronteriza empezó la construcción de una triple valla fronteriza. Un año más tarde construyó una segunda barrera frente al Monumento Mesa. A los visitantes del Parque de la Amistad en los Estados Unidos se les impidió por la fuerza acercarse a este lugar histórico. El lado norte la frontera comenzó a parecerse más y más a una zona de guerra, con helicópteros sobrevolando, guardias fuertemente armados, sirenas, reflectores y cámaras de vigilancia de alta potencia. Mientras tanto, en Playas de Tijuana, al lado mexicano, la gente siguió escuchando música, comiendo en sus restaurantes, disfrutando de la playa y desplegando arte y cultura aún sobre la superficie del muro fronterizo.

No contenta con la construcción de la valla metálica, la Guardia Fronteriza siguió reduciendo las posibilidades de contacto entre las familias a ambos lados de la frontera. Una de estas acciones adicionales fue la instalación de una tupida malla de metal que impidió que las personas pudieran compartir cosas entre sí, además de casi impedir que las personas puedan verse a través de la malla. Las visitas antes de la pandemia estaban limitadas solo a los sábados y domingos de 10 de la mañana a dos de la tarde y solo se permitían 25 personas a la vez. Para poder llegar hasta el área del Monumento 258, donde está el Círculo de Amistad, los visitantes por el lado de los Estados Unidos tienen que caminar por más de dos kilómetros bajo el sol o la lluvia, mientras que la gente en suelo mexicano simplemente se desplaza con libertad frente al muro.

Hace tres años, a comienzos de 2020, sin ningún aviso previo, la Patrulla Fronteriza de San Diego empleó buldozers para destruir por completo el Jardín Binacional y todos sus senderos, lo que generó una protesta en diversos medios locales, nacionales e internacionales, obligando a las autoridades a pedir disculpas y facilitar que se rehiciera el Jardín, aunque fuera parcialmente. Por el momento, la construcción del Jardín está en suspenso mientras se siguen los planes de construir el nuevo muro de metal sólido.

Una de las agrupaciones que ha estado trabajando más ardua y consistentemente en protestas y acciones por la defensa del Parque de la Amistad y del Jardín Binacional es Amigos del Parque de la Amistad (Friends of the Friendship Park), una coalición comunitaria de individuos y organizaciones sociales y religiosas a ambos de la frontera. Este grupo de activistas señalan que el plan de construir el muro, como está propuesto, “profana el sentido binacional del parque, deteriora las conexiones y la amistad entre los pueblos de Estados Unidos y México, obstruye la vista al océano desde ambas naciones y destruye nuevamente el jardín de plantas nativas del Parque de la Amistad” (2). Esta nueva muralla no solo hará más difícil y traumática la vida de las personas que acostumbraban ir allí a ver a sus seres queridos a lado y lado de la frontera, sino que, de acuerdo al periódico The San Diego Union-Tribune, desde que “la administración Trump incrementó la altura del muro a 30 pies [poco más de 9 metros] en muchos lugares, incluyendo otras partes del área de San Diego […] los médicos que trabajan en los hospitales cercanos han notado un marcado incremento de accidentes y muertes de personas tratando de escalar el muro” (3).

Debería resultar obvio después de 175 años desde la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo que los problemas de la frontera entre los dos países no se resolverán a punta de represión y despotismo. Tampoco se resolverán mientras no se traten a profundidad y con honestidad los problemas históricos, entre ellos la migración forzosa, generados en buena parte por el intervencionismo militar, político, económico y territorial de los Estados Unidos en México y América Latina.

Mientras eso ocurra, como escribió la poeta, escritora y activista Gloria Anzaldúa, una de las voces más prominentes sobre las luchas de los mexico-estadounidenses, “La frontera México-Estados Unidos [seguirá siendo] una herida abierta donde el Tercer Mundo roza contra el primero y sangra. Y antes de que se forme una costra sangra de nuevo, la sangre de dos mundos uniéndose para formar un tercer país, una cultura de frontera. Las fronteras están establecidas para determinar los espacios que son seguros y los que no, para distinguirnos a nosotros de ellos” (4). La frontera que atravesó a los mexicanos que ya estaban ahí antes de que los estadounidenses plantaran el Monumento 258. Y es sobre la base de esa conversación y sus reparaciones que un día se podrá construir, quizás, una verdadera amistad entre los dos pueblos, que son una diversidad de pueblos y de historias. La pregunta es si eso llegará a ser realidad un día. El anuncio de que la construcción del muro en el Parque de la Amistad sigue, pone en duda esa posibilidad.

Fuentes citadas:

1) Friendship Park History. Página oficial de Friends of the Friendship Park. Consultado en enero 28, 2023.

2) “Defensores de parque fronterizo en San Diego deploran construcción de muro”. The San Diego Union-Tribune. EFE. 19 de enero, 2023.

3) “Biden administration to resume construction of taller border barrier at Friendship Park”, por Kate Morrissey. The San Diego Union-Tribune, 17 de enero, 2023.

4) Borderland/La Frontera. The New Mestiza, por Gloria Anzaldúa. Aunt Lute Books Co., 1987.

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Este artículo fue apoyado en su totalidad, o en parte, por fondos proporcionados por el Estado de California y administrados por la Biblioteca del Estado de California.

Autor

  • Valentin González-Bohórquez es columnista de HispanicLA. Es un periodista cultural, poeta y profesor colombiano radicado en Los Ángeles, California. En su país natal escribió sobre temas culturales (literatura, arte, teatro, música) en el diario El Espectador, de Bogotá. Fue editor en Barcelona, España, de la revista literaria Página Abierta. Es autor, entre otros libros, de Exilio en Babilonia y otros cuentos; Historia de un rechazo; la colección de poemas Árbol temprano; La palabra en el camino; Patricio Symes, vida y obra de un pionero; y Una audiencia con el rey, publicados por distintas editoriales de Colombia, España y los Estados Unidos. Ha publicado numerosos ensayos sobre literatura y es co-autor, entre otros libros, de Otras voces. Nuevas identidades en la frontera sur de California (Editorial A Contracorriente, North Carolina State University, 2011), The Reptant Eagle. Essays on Carlos Fuentes and the Art of the Novel (Cambridge Scholars Publishing, 2015) y A History of Colombian Literature (Cambridge University Press, 2017). Es profesor de lengua y literaturas hispánicas en Pasadena City College, Calif.

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