Juego de tres en Kabul
Steve Olmos, único hijo, cubano de segunda generación, habla español como un niño pequeño. Algo se defiende con los idiomas. El conscripto que vive en una tienda de campaña en las afueras de Kabul en Afganistán habla un par de palabrotas en farsi y en pashtun.
Acaba de soltar unas cuantas de ellas tras acribillar a tres civiles por pura rabia que tiene.
Esto de las pesadillas lo trae, como su padre decía, citando a su abuelo, hasta los huevos. Hace cinco noches se despierta gritando cinco veces por la noche:
«Good morning, Shit, Afghanistan, coño, jodé».
¿Cómo no va a gritar? Steve Olmos rastrea el paisaje. Chispazos de la escena se le cuelan: el bajazo y el muñón tatuado de su camarada Castelli. Con una bandera encima y con los pies por delante se fue el cadáver del camarada a su nativo Nueva York. A él no lo protegieron su abuelo difunto, concluyó Olmos. Será porque eran argentinos o porque el camarada hablaba menos español que él.
Olmos sabe tres palabras en farsi. Pero ya van tres civiles que se anota solo de miedo por haber visto a Castelli reventar y caer. Trauma, le dicen; trauma de guerra. Pero el trauma no es suficiente para darse de baja. Tiene que sacarse un pie, un brazo de un bombazo…tiene que ser perforado a balazos. Para darse de baja algo le tiene que suceder.
No es raro que grite. Es tradición. Su padre, anticastrista, se despertaba en Miami gritando «coño Cuba» . Su abuelo, republicano, despertaba en Cuba gritando «Jodé Armería». Le han dicho su contingente que ya van cinco noches que grita: «Shit, coño Afghanistan, jodé».
El grito «coño Cuba» de su padre comenzó tras ver tres tiburones engullir a sus dos amigos a tarascazos que cayeron cuando el Mariel anticastrista zurcaba el Caribe hacia Miami. Su abuelo, le contó su padre, también despertaba gritando a medianoche en Cuba. La gritadera fue la justa cuota que pagó como refugiado que era de la Guerra Civil Española.»Armería, jodé», gritaba él.
Es colmo de los colmos — piensa Olmos con la pistola en la sien — ahora le toca a él. Grita como contratado, cada noche despertando a todos en la tienda de campaña. No quiere ser héroe, pero tampoco quiere ser el suicidio número 239. No puede desertar. Verguenza para su madre. Qué le va a hacer.
Steve Olmos calcula posibilidades. Si se mata, su padre lo estará esperando en el cielo para darle un trancazo por traicionar a Estados Unidos; su abuelo, le dará una torta por cobarde. Lo mismo pasaría si se vuelve a Estados Unidos. El trancazo será por parte de su madre, del lado de acá.
Olmos piensa en Castelli: orgullo y patria. Cursó cinco comandos, tres de ellos en Alemania. Piensa en la sangre de Castelli y su linfa en el desierto…
Piensa en él mismo. Pa’ eso es americano de sangre cubana, española, shit, coño, jodé.
Entonces se le ocurre una idea estratégica. Bush lo mandó a hacer campaña a Kandahar, Obama lo mantiene en Kabul.
Sí no se suicida y deserta, probablemente Fidel quiera hacerse cargo de él… Olmos deja la pistola a un lado, coge un papel y un lápiz. Se soba el tatuaje que dice Cuba/US. Comienza su carta para pedir asilo …¿Cómo no lo van a aceptar?…
«Dear FIdel: …»