Once de Septiembre chileno: el festín del lumpen
Cada madrugada del 11 de septiembre se da comienzo al gran festín anual del lumpen chileno. Lo que otrora significaba la conmemoración del golpe de Estado que derrocó al presidente Salvador Allende, hoy ha devenido en un violenta tradición de miles de jóvenes en plan de diversión, algunos extremistas envejecidos y todo el lumpen acechante.
Las poblaciones de Santiago quedan tempranamente a oscuras producto de los cadenazos a los cables eléctricos. Comienzan entonces las fogatas y los apedreos a la policía, la quema de autos, la destrucción de la infraestructura pública, los asaltos y los saqueos a almacenes y supermercados.
Al comenzar el día siguiente, sólo quedan algunos neumáticos humeantes, pedreríos y adoquines partidos a mitad de calle. La tensa calma prosigue hasta las 11 de la mañana, en que se empiezan a congregar varios miles de manifestantes en el centro de Santiago. Desde allí marchan hacia el Cementerio General, donde rinden un homenaje a los caídos durante la dictadura de Augusto Pinochet. Miles de pancartas de grupos izquierdistas, indigenistas, minorías sexuales, ecologistas y antisistémicos marchan alegre y bulliciosamente hasta los nichos emblemáticos. Familias completas, con niños pequeños incluidos, muchos jóvenes y ancianos, levantan el puño izquierdo y vocean las consignas de batalla de los años en que se combatió a la dictadura.
A la par que comienzan las primeras alocuciones en el escenario, subrepticiamente se empieza a encapuchar un grupo de no más de cien jóvenes detrás de los mausoleos.
El nerviosismo de empieza a apoderar de los concurrentes, pues saben lo que se desatará en pocos minutos y que lo más urgente es sacar cuanto antes de ese lugar a los niños, mujeres embarazadas y ancianos. El acto siempre tiene que ser acortado. Rápidamente empieza la dispersión, junto con producirse los primeros destrozos de los encapuchados que marchan gritando y destruyendo todo a su paso hacia la avenida Recoleta. Empieza nuevamente el festín de destrucción de cada año.
Los vehículos de la prensa son los primeros perjudicados, y este año en particular, sin ningún policía cerca que los protegiera, fueron completamente desmantelados y saqueados, y a los periodistas, reporteros y camarógrafos se les linchó a patadas.
La policía no intervino, sino hasta que la destrucción de los alrededores del Cementerio fue casi total. Sólo entonces avanzaron, pero como ha sido la tónica de los años, no lograron atrapar a ningún verdadero culpable, sino a uno que otro muchachón ingenuo que se quedó contemplando el espectáculo.
¿Dónde quedó la ostentosa destreza quirúrgica de las policías chilenas? Nadie lo sabe. El general a cargo sólo farfulló exculpaciones incomprensibles.
Lo que sucedió al final de la marcha al Cementerio puede parecer hasta sospechoso. Como si las policías esperaran a propósito que una minúscula pendejada lumpenesca arrase con todo a su paso, para que luego los medios de comunicación, muy bien controlados, se lo atribuyan sutilmente al resto de los pacíficos marchantes de izquierda.
Encuentro algo esquizofrénico imaginar a una policía federal y otra metropolitana esperando órdenes distintas para actuar o no actuar en un mismo evento, Lorena. En ese muñequeo de poderes, me parece que los que más pierden son las personas que nada tienen que ver en el asunto. Cada uno intentará, por obvias razones, hacer quedar mal al otro.
La policía uniformada chilena, en cambio, unitaria y con un sólo mando, se caracteriza por hacer mucho ruido mediático con escasas nueces como resultado.
Existe además una policía civil, con muy pocos integrantes, que en teoría se aboca a investigar ciertas causas criminales y a hacer labores de inteligencia, pero que suelen ser más talentosas en decodificar la inmortalidad del cangrejo.
Recuerdo haber observado desde mi puesto de trabajo una manifestación piquetera en pleno microcentro de la ciudad de Bs. As. en compañía de unos turistas chilenos, quienes me dijeron con férrea convicción que en su país no se permitía manifestar perjudicando a otros ciudadanos.
Esa y otras experiencias similares reforzaron mi idea de un estado chileno que tenía control total sobre este tipo de actos, por lo que me sorprende que se tenga incorporado a la tradición un hecho de estas características. Los argentinos «soportamos» con distintos niveles de tolerancia los reclamos sindicales y sociales que interrumpen en tránsito, exaltan los nervios, dejan a la vista los prejuicios enraizados en el seno de la sociedad y dejan como saldo pintadas, roturas menores, algunas corridas… Nada extremo desde la última crisis económica de 2001.
¿Será que se permite llegar a este punto para alimentar las diferencias existentes entre la clase acomodada y los más pobres? Por lo menos en la Argentina se da algo similar, de modo que el Jefe de Gobierno de la Cuidad de Buenos Aires actual Mauricio Macri impulsó la creación de la Policía Metropolitana para frenar los actos «vandálicos» que sucedían a las manifestaciones y encolerizaba a los porteños, ya que la Policía Federal obedece órdenes del Ministerio del Interior, es decir espera la palabra del presidente que históricamente es opuesto al de la capital del país.
La previsibilidad de lo que sigue a estas manifestaciones lo hacen merecedor de medidas de protección bien planeadas y la desarticulación de esta prátcica, por supuesto que esto lo digo desconociendo muchos detalles, siendo una turista evental en una ciudad que por un día se permite violentarse para recordar que se obró con violencia extrema años atrás. Desde esta postura, no lo entiendo… Eso no sería tolerado como una forma de conmemoración en mi país.
Me asombro y me espanto… Evitaré visitarlos un 11 de septiempre.
Participé en varias de estas marchas durante los 90, estimada Maritza, y se solía usar el argumento que planteas para justificar la violencia irracional de ciertos grupos. Nunca vi a auténticos comunistas o socialistas o militantes o simpatizantes de partidos ligados al ex presidente Allende iniciar ni apoyar estas escaramuzas. Había mucha ira, mucho desconsuelo, mucha nostalgia e impotencia en la mayoría de los marchantes, pero no buscaban la violencia gratuita. Los grupos que aparecían de pronto encapuchados y aguaban cada manifestación pacífica, eran extraordinariamente violentos incluso con los mismos manifestantes de la marcha. No respetaban que hubieran niños ni ancianos. Se decían absolutamente antisistémicos, pero a la luz de su accionar siempre me parecieron los seres más tarados y enfermos de la sociedad chilena. Puedo entender a alguien que para conseguir un objetivo claro y justo, utilice medios no particularmente pacíficos, pero sin que jamás esos medios signifiquen pasar a llevar a personas inocentes que sólo quieren justicia y vivir en paz.
Como siempre muy acertada tu nota ,mucho más objetiva que el resto que he leido sobre lo mismo,una sola acotación, en años anteriores cuando los carabineros estaban cerca,me refiero a lo del cementerio,y se armaban los disturbios se decía que era por la «provocación de carabineros que si ellos no estuvieran sería distinto» ….
Hoy contemplo este espectáculo anual de destrucción desde la ciudad-puerto de San Antonio, donde lo usual es que los pescadores artesanales quemen neumáticos y se enfrenten a la policía. Como están bien organizados y pueden desestabilizar el puerto, que es una de las principales entradas del tesoro nacional, los distintos gobiernos los han calmado lanzándoles esporádicos cheques, pero nunca le han resuelto sus problemas de fondo.
En Santiago en cambio, donde viví por más de doce años, aprendí a coexistir con este grado de violencia inaudita en distintas poblaciones periféricas. Lo normal era que ni siquiera la policía lograra acercarse hasta ciertas poblaciones conflictivas. Recuerdo que mis vecinos y conocidos esperaban hasta con entusiasmo la llegada de un nuevo 11 de septiembre y se preparaban con abundantes minuciones de todo tipo. Llegaba la madrugada del 11 y empezaban los primeros apagones y el griterío en torno a las fogatas, las balas al aire, los petardos y las bombas de ruido. Siempre habían unos cuantos autos, camionetas y camiones que eran incendiados en cada población. La diversión acarreaba hasta los niños de menos de diez años. En las afueras de los supermercados y bencineras se apostaban las fuerzas especiales de la policía, para impedir los saqueos e incendios más grandes, pero todos los almaceneros y boliches más pequeños quedaban en el más completo desamparo. Lo Hermida, Pedro Aguirre Cerda, La Victoria, la Juanita Aguirre, La Palmilla, El Volcán, El Cortijo, La Pincoya y tantas otras poblaciones inmensamente pobladas se transformaban en tierra de nadie. Hoy la situación es exactamente igual.
Es un artículo basado en la doble idea de contraste, entre Chile y Estados Unidos, y de paradoja porque, aunque por caminos muy distintos, ambas sociedades conducen a una Roma de gran fogata y destrucción.
Según lo que deduzco de tu escrito, esperas que la policía resuelva problemas sociales como el desempleo y la marginación social. La rabia que tienen esos jóvenes tiene causas bien concretas.
Saludos Señor Muzam