Cuadernos de la Pandemia / El ataque inacabable contra la comunidad asiática en los EE.UU.

… sigo
ciegamente, buscando una vida con la vida en el centro,
buscando una vida con claridad afilada como el cuchillo de un santo
en el centro. Partir la madera, dijo el profeta
en el evangelio perdido. Levanta la piedra. Allí me encontrarán.
—Brynn Saito, poeta japonés-estadounidense, preso en uno de los campos de
concentración para japoneses creado por el gobierno estadounidense en suelo
norteamericano entre 1942 y 1946

Para todos es sabido que la comunidad asiática de los Estados Unidos ha estado bajo crecientes ataques en este país desde que la Organización Mundial de la Salud declaró la pandemia del Covid-19 el 11 de marzo de 2020. La crisis sanitaria le sirvió al presidente de entonces como una perversa herramienta política para promover, una vez más, el odio contra China, que por extensión se convirtió, en las mentes racistas y xenofóbicas, en una ocasión para agredir física y verbalmente a toda la población asiática. Una población que hoy asciende a más de veinte millones de personas, representando el 6 por ciento de la población de los EE.UU. y procedente de los países asiáticos continentales y de las Islas del Pacífico Sur.

De acuerdo a STOP AAIP HATE (Alto al Odio contra los Asiáticos y los Isleños del Pacífico), una coalición de organizaciones por los derechos civiles que surgió a raíz de dichos ataques, la comunidad asiática ha sido objeto de violencia a través de la historia de los EE.UU., al menos por dos prejuicios racistas iniciales: el primero de ellos, caracterizado peyorativamente como el “peligro amarillo”, señala que los asiáticos son una amenaza para la existencia misma de la civilización occidental; y segundo, la percepción de los asiáticos como “extranjeros perpetuos”, que no se integran ni pertenecen a la cultura dominante de los Estados Unidos. (1). Además de esta propaganda discriminatoria, STOP AAIP HATE encuentra otras dos acusaciones persistentes contra la comunidad asiática. Una que alega que los asiáticos y los asiático-estadounidenses son espías del Partido Comunista de China, y otra que les señala como culpables de robar los trabajos a los “verdaderos” estadounidenses. La pandemia del Covid-19, vino a añadir a esta campaña de acusaciones el estigma de que los chinos fueron los culpables de esparcir el virus en los Estados Unidos.

Coincidiendo este mes de mayo con la celebración de la Herencia Asiática-Estadounidense y de los Isleños del Pacífico, STOP AAPI HATE  dio a conocer los resultados de una encuesta nacional que comisionó al grupo independiente no partidista NORC de la Universidad de Chicago. Los resultados de la encuesta, la más extensa y representativa de su clase hecha hasta el momento en los EE UU sobre los asiático-estadounidenses y los isleños del Pacífico, revela un panorama devastador. Entre algunos de los datos más destacados muestra que el 49 por ciento de los asiático-estadounidenses e isleños del Pacífico enfrentan agresiones y rechazo en todo tipo de actividades públicas. Desde hacer compras en los supermercados, hasta viajar en el metro y los buses, o cuando van a los restaurantes. El maltrato y el acoso se evidencian también en los lugares de trabajo, en la escuela, a la hora de querer rentar o comprar vivienda, cuando hacen diligencias en las oficinas del gobierno y en el trato con la policía, por citar solo algunas.

La encuesta disecciona el enorme impacto que este bullying tiene en la salud mental y el bienestar de la comunidad asiática. El 50 por ciento de ellos y ellas reportan sentirse tristes, estresados, ansiosos o deprimidos por causa de estas experiencias. El 45 por ciento dice que este asedio racial ha afectado negativamente su sentido de pertenencia a su escuela, lugar de trabajo o a la comunidad. Casi un 31 por ciento se ha visto forzado a cambiar de escuela, de trabajo, o lugares que frecuenta.

Un patrón consistente es que pese a que una buena parte de las personas que son agredidas saben que se está cometiendo una acción ilegal contra ellas, deciden no presentar ninguna denuncia a las autoridades. Quienes lo hacen a través de una llamada o una visita a una estación de policía, encuentran que el proceso de radicar una denuncia es difícil, y a menudo concluyen que todo va a seguir igual. Por otra parte, el estudio muestra que una mayoría del 57 por ciento confía en las organizaciones comunitarias de defensa y de lucha por los derechos civiles, y el número más grande de encuestados, un 67 por ciento, afirma que se necesitan nuevas leyes para proteger no solo a la comunidad asiática y a los isleños del Pacífico, sino también a otras comunidades racializadas como los afroestadounidenses y los latinos (2).

Los ataques contra las comunidades asiáticas e isleñas del Pacífico (que comprenden Melanesia, Micronesia y Polinesia) no son en absoluto nuevos en la historia de los Estados Unidos. Desde la llegada en tiempos modernos de los primeros inmigrantes chinos en la segunda década del siglo 19 enfrentaron un duro racismo por parte de los anglo-estadounidenses, quienes los etiquetaron desde el principio como un peligro para los Estados Unidos. Era el tiempo cuando los Estados Unidos avanzaba en la conquista violenta y militar del noroeste de México, y en particular del estado mexicano de la Alta California. La migración china, y eventualmente de otros países asiáticos, se produce y se incrementa en el contexto de la fiebre del oro, que atrajo no solo a anglo-estadounidenses, sino también a gente de distintas partes del mundo, incluyendo países de Europa y de América Latina.

Los asiáticos fueron uno de los grupos que más experimentaron el racismo, la violencia y la xenofobia. Eran obligados a realizar los trabajos de mayor servidumbre y con salarios más bajos, a la vez que eran saqueados y asesinados, sin que nadie pudiera reclamar esas muertes.  En el célebre juicio The People v. Hall (El Pueblo contra Hall) en 1854, la Corte Suprema de Justicia de California determinó que el testimonio de un chino que presenció el asesinato cometido por un hombre blanco no era admisible. ¿La razón? La Corte señaló que “[los chinos son] una raza a quienes la naturaleza ha marcado como inferiores y son incapaces de progresar o desarrollarse intelectualmente más allá de cierto punto, como lo ha demostrado su historia; difieren en lenguaje, opiniones, color y conformación física; entre quienes y nosotros la naturaleza ha puesto una diferencia infranqueable”. La Ley 399 de Práctica Civil de California, Sección 394, estipuló que los términos “indio, blanco y negro, son términos genéricos, que designan raza. Que, por lo tanto, los chinos y todas las demás personas que no sean blancas, están incluidas en la prohibición de ser testigos contra los blancos” (3). La ley implicaba que una persona blanca podía evitar el castigo o cárcel por delitos (incluido el asesinato) cometidos contra asiáticos o cualquier otra persona que no fuera considerada blanca.

A pesar de esta opresión diaria, la creciente comunidad china fue fundamental en diversas áreas en el desarrollo de California y del país en general. La fuerza, creatividad y conocimiento chinos fueron decisivos para convertir a California en la principal zona vinícola del país y en la construcción del ferrocarril transcontinental. En su libro Beasts of the Field, Richard Steven Street, describe que fueron los migrantes chinos quienes plantaron los más de tres millones de vides que hicieron del Valle de Sonoma la gran zona vinícola de los Estados Unidos hasta el día de hoy. El aporte chino no fue solo reemplazar los viñedos de las misiones católicas, sino la selección y plantación de variedades francesas y de otras regiones europeas como el Cabernet Sauvignon, Chardonnay, Muscatel y Riesling, que enriquecieron la calidad de la industria vinícola (4).

A la vez, un promedio de 15 mil inmigrantes chinos fueron la fuerza laboral más importante en la construcción de un trayecto del ferrocarril transcontinental más largo y moderno de los EE.UU., conectando a Omaha, Nebraska con Sacramento, California. De un total de 2,859 kilómetros, los obreros chinos tendieron 1,110 kilómetros de rieles, en los parajes más difíciles, arriesgados y montañosos a través de la Sierra Madre entre Nevada y California, con altitudes cercanas a los 4,500 metros. Unos mil obreros chinos murieron en diversas circunstancias durante la construcción, incluyendo avalanchas de tierra y explosivos. Los chinos demostraron ser tanto o más trabajadores, eficientes e imaginativos que sus contrapartes, los irlandeses, que fueron el otro grupo grande que construyó el resto del proyecto con 10 mil hombres. A los chinos se les pagó mucho menos que a los irlandeses y vivieron  en condiciones más precarias, pese a que su trabajo fue más duro y peligroso. El tren fue inaugurado el 10 de mayo de 1869, pero la odisea de estos obreros chinos no fue incluida en los libros de historia. 150 años más tarde, en 2019, los descendientes de aquellos obreros chinos reivindicaron la proeza de sus ancestros con un gran encuentro en Promontory Peak, Utah, el sitio donde se hizo el empalme de la vía construida por chinos e irlandeses.

Pocos años más tarde, los sentimientos antiinmigratorios y xenófobos contra los chinos se hicieron más radicales. Finalmente el Congreso de los EE.UU. aprobó la Ley de Exclusión China en 1882, que prohibió la inmigración china, siendo esta la única ocasión en la historia de los Estados Unidos en que expresamente se ha prohibido por ley la entrada al país de todo un pueblo en función de la raza. Esta Ley fue derogada en 1943 por la Ley Magnuson, en plena Segunda Guerra Mundial por la alianza temporal de EE.UU. y China contra Japón y por la pretensión de los EE.UU. de mostrar una imagen democrática. Sin embargo, la ley solo permitía la entrada de 105 chinos por año, y siguió impidiendo de facto la migración hacia EE.UU. de los demás países asiáticos y de las Islas del Pacífico.

En ese mismo tiempo de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos cometió uno de los más grandes atropellos contra poblaciones asiáticas con la creación de diez campos de concentración en siete estados del país donde fueron encarcelados un total de 125,284 japoneses (más de la mitad de ellos ciudadanos estadounidenses) entre 1942 y 1946. Miles de ellos y ellas eran japoneses procedentes de Brasil y Perú. Llamados eufemísticamente “campos de internamiento”, o “centros de reubicación”, fueron en realidad verdaderas cárceles construidas por el gobierno en áreas alejadas de los centros urbanos, rodeadas con alambradas y guardias armados vigilando las 24 horas del día.

El encarcelamiento de los japoneses en el país durante esos años fue el resultado de la Orden Ejecutiva 9066 del presidente F.D. Roosevelt, con la excusa de que los japoneses en el país pudieran mostrarse leales a su país de origen después del ataque japonés a Pearl Harbor. Se estima que un promedio de 1,600 japoneses murieron por múltiples razones en estos campos de concentración, incluyendo los que fueron ejecutados mientras intentaban escapar. La mayoría de los prisioneros perdieron las casas, propiedades y negocios que tenían antes de ser presos. El presidente Reagan pidió disculpas a los sobrevivientes y sus familiares y entregó un cheque de 20 mil dólares a cada uno de los más de 80 mil de ellos en 1988. Estos campos de concentración son hoy día lugares que pueden visitarse con tours guiados a las barracas donde vivieron los prisioneros.

Uno podría pensar que después de tanto atropello, discriminación y racismo contra las comunidades asiáticas, esa historia fuera un asunto del pasado. Pero no lo es en absoluto. La narrativa excluyente de mentes calenturiantas y xenófobas sigue muy viva en el país. El aumento de ataques contra los asiáticos y los isleños del Pacífico se ha incrementado en los últimos años, y en particular desde la pandemia del Covid-19, como lo muestra el estudio mencionado de la Universidad de Chicago y STOP AAPI HATE publicado este mes de mayo.

El asesinato de seis mujeres de ascendencia asiática en tres spas de Atlanta, Georgia, en marzo de 2021, no fue una tragedia aislada ni única, y es un incidente que habla de cómo el racismo y el sexismo están profundamente vinculados a los ataques contra mujeres asiáticas. Menos de dos años después, el 21 de enero pasado, un hombre asiático entró a un salón de baile en la ciudad de Monterrey Park, en el Condado de Los Ángeles, y asesinó a tiros a diez personas e hirió a otras diez, todas ellas de ascendencia asiática. Esta nueva masacre ha aumentado la ansiedad de una comunidad que ya de por sí vive muy consciente de su vulnerabilidad ante la violencia y el fácil acceso que las personas tienen para comprar y portar armas.

Para añadir a este clima racista, que afecta no solo a los asiáticos sino a todas las comunidades racializadas en EE.UU., el gobernador de Florida, Ron DeSantis, quien acaba de postularse como precandidato republicano a la presidencia, firmó este 17 de mayo varias leyes (SB 264, SB 846, and SB 258) que prohiben a los chinos que no tienen nacionalidad estadounidense comprar propiedades y terrenos en el estado. Estas nuevas leyes están claramente vinculadas con las acusaciones recientes de DeSantis de que hay chinos en Florida que son espías del Partido Comunista de China.

En medio de toda esta campaña de odio, no está en lo absoluto de sobra tener presente que gente proveniente de Asia fueron los primeros pobladores de este continente. Aunque es un hecho aceptado en general, es de interés indicar que conclusiones recientes de investigaciones genómicas confirmaron que los primeros humanos que migraron a estas tierras hace 20 mil a 14 mil años, provienen de distintas regiones del noreste asiático (5).

Estos migrantes asiáticos son los genuinos ancestros directos de las naciones, pueblos y tribus de los primeros humanos que poblaron desde Alaska hasta Tierra del Fuego y la Patagonia; aquellos a quienes los españoles, y luego los ingleses y demás imperios coloniales europeos, llamaron indios o indígenas.  Trazando esa diáspora milenaria, cada hombre y mujer asiático que emigra a los EE.UU. lo hace a la tierra donde emigraron sus ancestros antes que cualquier otro grupo humano.  Así que cuando los nativistas estadounidenses de ascendencia europea apuntan el dedo contra los inmigrantes asiáticos, en realidad están señalando al pueblo más antiguo que ha poblado y vivido en estas tierras.

Parte de ese profundo arraigo asiático a estas tierras es lo que expresaba el grupo de poetas japoneses que fueron parte de los más de 125 mil presos japoneses en los campos de concentración en los Estados Unidos entre 1942 y 1946. Es lo que describe de manera táctil, geológica, Brynn Saito, uno de estos poetas japoneses-estadounidenses cuando evoca en tono profético, “Levanta la piedra. Allí me encontrarán”. Les encontraremos esparcidos por todo este continente. Más pertenecientes y más antiguos que todos los demás pueblos del mundo que miles de años más tarde también hicieron de estas tierras su lugar de residencia. Quizá haya que partir de ahí, con ese reconocimiento de respeto ancestral para acabar el odio. Volviendo a la raíz humana misma. Al origen asiático de este continente al que hace solo poco más de 500 años los españoles le pusieron el nombre América.

Fuentes citadas:

1) “The Blame Game. How Political Rhetoric Inflames Anti-Asian Scapegoating”. Stop AAPI Hate. October 2022.
2) Righting Wrongs. How Civil Rights Can Protect Asian American & Pacific Islanders Against Racism. Por Candice Cho, Annie Lee, Stephanie Chan, et.al. Stop AAPI Hate, May 2023.
3) THE PEOPLE, Respondent, v.  GEORGE W. HALL, Appellant.Cal. 1854. Immigration and Ethnic History Society. The University of Texas at Austin. Department of History.
4) Beasts of the Field. A Narrative History of California Farmworkers, 1769-1913. Por Richard Steven Street. Stanford University Press, 2004.
5) “Peopling of the Americas as inferred from ancient genomics”. Por Eske Willerslev, y David J. Meltzer. Nature, June 17, 2021.

Este artículo fue apoyado en su totalidad, o en parte, por fondos proporcionados por el Estado de California y administrados por la Biblioteca del Estado de California.

Valentín González-Bohórquez

Profesor de Pasadena City College que ejerció la docencia en otras instituciones como la Universidad de California Riverside y Biola University. Entre sus publicaciones se destacan Árbol Temprano. Poemas selectos (Page Nine, 2012), Exilio en Babilonia y otros cuentos (Page Nine, 2005) e Historia de un rechazo (Alternative Publishers, 2001). También es co-autor de A History of Colombian Literature (Cambridge University Press, 2017) y The Reptant Eagle: Essays on Carlos Fuentes and the Art of the Novel (Cambridge Scholars Publishing, 2015). Es aficionado del arte, cine, ajedrez, tenis, viajar, el medio ambiente y camping.

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