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De mujeres y de junglas

Marcelo Marcedes, brasileño constructor civil con Visa H de trabajador  se cansa de las mujeres superficiales de Nueva York que lo citan para cenar gratis o para contarle de sus últimas compras, logros o problemas y busca novia a través de Internet.

Es así como comienza a cartearse virtualmente con una alemana que reside en la jungla de Belice, justo cerca de unos menonitas que se han montado  una especie de comunidad que vive en crudo al interior.

La alemana le cuenta que abandó su trabajo de ejecutiva en VW hace dos años y desde entonces vive sola, tipo Jane de la Selva, de las rentas de una herencia que le ha dejado su padre al lado de los menonitas . De este modo, escribe la alemana en inglés,  las bestias, asustadas de la gente, no la atacan. Su único compañero, dice, es un mastín que la cuida de los animales humanos que responde al nombre de Adalbert.

Redondito ha caído Marcelo Marcedes. Le escribe a diario, la skypea por la noche y le envía mensajes de texto durante su descanso de almuerzo. Cuando le preguntan si sale con alguien, saca la foto del Gretchen de la Selva de su IPhone y muestra, orgulloso, 60 fotos en distintas poses que Gretchen le ha mandado por correo electrónico. La rubia, alta, fornida y de cuerpo  correoso, sonríe vestida con una falda corta y sentada en una choza que le cuenta, ella misma ha construído, hecho que a Marcelo Marcedes lo emociona, lo acerca, lo atrae y lo excita.

Después de cinco meses de cortejo virtual, Marcelo Marcedes se sueña Tarzán. Compra un pasaje y decide visitar a Gretchen. Antes de eso sueña con verla, con vivir con ella, no sabe si en Nueva York o en Belice, donde sea, para escalar montañas y ríos, no sabe verdaderamente donde, lejos de las mujeres superficiales de Nueva York.

En la selva lo recibe Gretchen. Como amazona que es le da un abrazote que casi lo deja sin aire. Acto seguido lo sube a su jeep (desde cuyo asiento de atrás respira jadeante Adalberto que no deja de mostrarle los dientes). Al llegar a su choza  Gretchen deja a su mastín amarrado en el Jeep y se sirve a Marcedo Marcedes cinco veces con distintas poses tras lo cual lo deja dormir por 14 horas para que se le pase el jet lag.

Cuando Marcelo Marcedes se despierta, se lo lleva a pasear por su pueblo, que no es sino la jungla misma, con su mastín que lo ha odiado a primera vista con ese odio que solo los dientes de los perros saben mostrar. Le aconseja a Marcedes que se coloque crema contra mosquitos que en el lugar son vampíricos y que se coloque zapatos viejos porque se les van a estropear tras lo cual salen apurados antes que el sol.

Gretchen y Marcedes caminan cinco  horas: por  idílicos paisajes con cascadas, pantanos, ríos  mientras ella, machete en mano, se abre paso por la jungla para que pase Marcelo Marcedes. Este, por su parte se cree en una película de Indiana Jones y saca fotos mientras caminan que espera colocará en Facebook para presumirle a sus amigos. Pero los monos no tardan en bajar en un puñado pandillero a arrebatarle la Cannon. Entre gritos y chasquidos se la hacen trizas mientras Gretchen lo mira divertida.

Mientras camina jadeante, Marcedes se va reponiendo de la pérdida con la idea de dormir entre las tetas de la alemana hasta que  Gretchen pega un brinco que casi lo tumba. Un bicho enorme, primo hermano de las tarántulas, le ha mordido el cachete izquierdo a Gretchen. Marcedo Marcedes se acerca a hacerle cariño y el mastín que camina junto a ellos encorreado y con bozal le da un trancazo con el hocico que lo avienta sobre una película de lodo y mierda. Gretchen los aquieta a ambos (a Marcedo y al mastín), dice un par de palabrotas en alemán, busca en su bolso una banda de goma, se hace un torniquete y saca una jeringa del porte de un shoot de tequila y se la entierra en el muslo izquierdo.

Vuelven a las cinco horas, Gretchen cojeando, Marcedes jadeando y el mastín gruñendo, esperando que la alemana herida se descuide para desquitarse con el brasilero. Esa noche, Gretchen decide dormir sola por el dolor, así que se fuma unos porros y  coloca a Marcedes a dormir colgando de una hamaca, no sin antes servírselo dos veces, parada. Tras dos erecciones sin final feliz, Marcelo Marcedes no atina.

Se disculpa en un alemán oxidado, y se acuesta, colgando como un murciélago de la hamaca. Marcedes  duerme apenas, su sueño ahuyentado por la bulla de los pájarracos y el aullido del celoso mastín amarrado al jeep. El segundo día, Marcelo Marcedes se hace el Romeo y  la besa. Gretchen comienza a acariciarle la boca y con los ojos cerrados le coloca el bozal…»Adalbert», dice entre sueños.

Marcelo Marcedes, brasileño constructor civil con Visa H de trabajador  se cansa de Jane de La Selva…comienza a cartearse virtualmente con una rusa que reside en un barrio céntrico de Moscú… Olga le escribe cartas muy largas a Marcelo Marcedes a través de la cual esta sencillamente se enamora.

Redondito ha caído Marcelo Marcedes. Le escribe a diario, la skypea por la noche y le envía mensajes de texto durante su descanso de almuerzo. Cuando le preguntan si sale con alguien, saca la foto de Olga en su IPhone y muestra, orgulloso, 100 fotos en distintas poses que Olga le ha mandado ahora desde la selva de Moscú…

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Autor

  • Liza Rosas Bustos

    Profesora chilena (Valparaíso, 1970). Reside en Nueva York (EUA) desde hace doce años y ha sido habitante del estado de Oregon hace diez. Ha colaborado para el periódico literario Puente Latino, Hoy de Nueva York. Formó parte del Espacio de Escritores del Bronx Writer’s Corps. Cuentos suyos han aparecido en las revistas Hybrido y Conciencia. Sus poemas, ensayos, artículos y cuentos han sido publicados por la Revista virtual Letralia de Venezuela. Sus poemas aparecen en las publicaciones mexicanas La Mujer Rota y la Revista Virtual Letrambulario además de Centro Poético, publicación virtual española. Obtuvo un Doctorado en Literatura Hispánica y Luso Brasileña en Graduate Center, City University of New York. Actualmente vive en Portland, Oregon y se desempeña como profesora de lenguage dual en Beaverton High School.

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